“Nuestros ídolos no son uruguayos o chilenos. Nacieron acá”. Esa frase terriblemente xenófoba, por la que la directiva que comandó los destinos de Boca Juniors en 2019 pidiera disculpas y eliminase oficialmente de la esfera pública el spot que la contenía, constituye, antes que nada, una afrenta a la historia moderna del gran club argentino.
Lo demostraron las reacciones cargadas de indignación de ídolos como Jorge Bermúdez. Lo demostró, también, la reflotada foto del “Patrón” festejando la Libertadores del año 2000 junto a Óscar Córdoba y a Mauricio “Chicho” Serna. Y lo demuestra la memoria de millones de personas, que es subjetiva pero incorrompible.
En ese territorio sagrado se mueve con comodidad Sergio Daniel Martínez Alzuri, un uruguayo que se formó en Defensor Sporting y que imprimió el sello de su jerarquía, de su oportunismo, de su agilidad, de su precisión y de su carisma a algunos de los clubes más importantes que el Río de la Plata ha dado en todos los tiempos. De nuevo, la memoria. Y -¿por qué no?- la Historia.
Estamos en 1997. No es una época particularmente buena para Boca, ni local ni internacionalmente. Pero eso le importa poco a un hombre nacido en Montevideo en 1969. Tan poco le importa que, con 15 goles y por encima de José Luis Calderón, de Martín Palermo y de Enzo Francescoli -el inolvidable capitán del River Campeón de la Copa Libertadores de 1996-, saldrá goleador del Torneo Clausura.
No está solo “Manteca” en la aventura. Pero él, titular indiscutido, ya es adorado por una parcialidad a la que se rinde con alegría y desenfado. Y tiene algunos compañeros que retrospectivamente regresan con el encanto que el paso de los años les dan a los cracks: Diego Latorre, Néstor Gabriel Cedrés, Juan Román Riquelme, Diego Cagna, Roberto Pompei, Roberto Abbondanzieri, Alfredo Berti y Diego Maradona.
Ganador del Campeonato Uruguayo de 1987 y de la Liguilla de 1989 con Defensor, del Apertura de 1992 y de la Copa de Oro de 1993 con Boca, del Campeonato Uruguayo de 2000 y de 2001 con Nacional y de la Copa América de 1995 con una recordada versión de la selección uruguaya donde compartió plantel con fenómenos como Fernando Álvez, Gustavo Poyet, Enzo Francescoli y Rubén Sosa, el delantero ingresó en el segundo tiempo de la final contra Brasil que Uruguay empató con un tiro libre icónico de Pablo Bengoechea. Y fue el último ejecutante de la tanda de penales, la sonrisa franca, las manos arriba y paralelas, como tantos niños frente al barrilete más hermoso de sus vidas, para emprender un vuelo que también significó el jolgorio absoluto para tres millones de compatriotas.
Ex futbolista del Deportivo La Coruña y de su querido Club Atlético Peñarol, Martínez, quien anotó 86 tantos de todos los pelajes, con ambas piernas y muchos de ellos de cabeza, solamente entre 1992 y 1997 durante su pasaje por Boca, dejó una huella indeleble en la Argentina. Por eso, consultado por GOL, así lo evoca el prestigioso periodista Claudio Gómez, editor de Deportes de Perfil: “El ‘Manteca’ es un tipo muy querido, y no solo hizo goles, sino goles muy importantes, en especial en clásicos contra River. Pero además poseía esa cosa tan uruguaya del sacrificio, porque si se tenía que tirar a los pies, se tiraba, y si tenía que correr a los defensores, lo hacía: dejaba todo en la cancha. Ese tipo de jugadores siempre cayeron muy bien en el Mundo Boca. Y hay algo más: Martínez jugó en la era pre-Bianchi, cuando aún no había grandes ídolos como Barros Schelotto, Palermo, Tévez o un Riquelme más consolidado. Aquel Boca no era ni de casualidad el que es hoy. Y el ‘Manteca’ se destacó en medio de esa escasez. No es llamativo, entonces, que los hinchas lo recuerden permanentemente con una sonrisa”.
Sin embargo, la fotografía que pinta Gómez, por notable, no estaría completa sin la palabra exclusiva de Jorge Fossati, el ex arquero de Peñarol, Independiente, Olimpia y Rosario Central, más conocido por muchos jóvenes como técnico, hoy de River uruguayo y, naturalmente, antes de Danubio, de Banfield, de Colón, de Peñarol, del Inter de Porto Alegre, de la Liga de Quito, de la selección de Qatar y de la de su país.
“El ‘Manteca’ tuvo un carrerón y fue un jugador diferente, porque con un físico muy poco privilegiado hizo cosas bárbaras y puso de manifiesto una picardía extraordinaria. Yo creo que lo que lo pinta de cuerpo entero es que es uno de los delanteros que más he visto jugar al límite. Quizás en un partido le cobraran tres offsides, pero él siempre jugaba con el último zaguero para sacar la ventaja de los últimos metros, porque era realmente inteligente para entender el fútbol”, dice Jorge a los 68 años de edad desde Montevideo.
Y agrega: “En una faceta que seguramente mucha gente no conoce, me gustaría destacar que en el básquetbol no existe la menor posibilidad de que él -y en esto me siento identificado, por supuesto- cambie de camiseta y sea tan profesional como lo ha sido en el fútbol. Lo he visto en mil partidos y, cuando a Goes le va mal, se desacata. Cuando él estaba en España y no existían los medios que hoy están tan a mano, llegó a pedirle al hermano que le relatara un partido tanto a tanto por teléfono. Pero muchas veces yo mismo lo vi gritar entre la barra brava como solo lo puede hacer una persona auténtica que tiene el amor sublime del hincha”.
Ya sabíamos que Sergio Martínez era un definidor implacable y que, a pesar de su perfil bajo fuera de la cancha, fue un embajador de lujo del Uruguay en la Argentina. Ahora sabemos, además, que este señor que después de anotar sus goles providenciales se colgaba del alambrado a festejar con los aficionados, podría ser nuestro amigo. Y por eso quienes nunca lo conocimos personalmente no podemos más que decirle una sola cosa, que en estos tiempos no es poco: gracias, Sergio.
Pablo Cohen