En la historia del Uruguay, pocos futbolistas han demostrado tan bien como Rubén Paz que el talento es una fuerza libre, peligrosa e indomable. Libre, porque no hay autoritario que pueda reprimirla ni envidioso que pueda minimizarla. Peligrosa, porque le permite a quien la posee hacer lo que quiere y, a sus adversarios, temerlo. E indomable porque, una vez que se despliega, no existe artilugio tendiente a contrarrestarla que surta efecto.
Los hinchas de Peñarol más jóvenes seguramente lo conozcan por la última aventura que emprendió junto a su amigo y ex compañero Mario Saralegui en la dirección técnica aurinegra. Pero esa evocación respecto de una de las glorias más extraordinarias de la nación sería tan mezquina como incompleta.
Es que Rubén Walter Paz Márquez tiene 61 años de edad, pero siempre ha sido precoz para regalar su magia. Ex jugador del Racing Club de France -donde fue compañero de Enzo Francescoli-, del Genoa, de Rampla Juniors y de Godoy Cruz, entre otras instituciones, Paz es un ídolo perpetuo del Internacional de Porto Alegre y del Club Atlético Peñarol. Pero fue en Racing de Argentina donde, en dos períodos distintos, el artiguense se convirtió en uno de los mayores referentes de todos los tiempos.
Un grande uruguayo, un grande brasileño y un grande argentino: nada mal para un hombre que conquistó múltiples Campeonatos Gaúchos, una Liguilla y tres Campeonatos Uruguayos, en cuya edición 1981 resultó goleador. Apodado “el Maradona Uruguayo” por El Gráfico, el también ganador de la Supercopa Sudamericana de clubes obtuvo dos Sudamericanos Sub-20 con la selección, la misma con la que, ya en mayores y acompañado de un grupo virtuoso, lograría con un brillo individual mayúsculo la Copa de Oro de Campeones Mundiales, disputada en Montevideo en plena dictadura, por lo cual la alegría que supuso, como recuerda Waldemar Victorino, fue festejada doblemente a nivel popular.
Elegido como Mejor Jugador de América por su actuación en el recordado Racing de 1988 conducido por Alfio “Coco” Basile, Paz fue siempre un deportista precoz: desde Artigas hasta Peñarol, desde Peñarol hasta el Inter de Porto Alegre, desde las juveniles hasta la mayor y desde el estrellato entre pares con más sueños que pasado hasta la consagración en un Mundialito en que solo contaba con 21 años.
Venerado en la Argentina, este admirador de Alberto Spencer que disputó dos Mundiales y dos ediciones de la Copa América con la Celeste fue definido de este modo por Fernando Morena, uno de los goleadores más impresionantes que ha dado el Río de la Plata: “Para mí, talentoso es un jugador que sabe hacer lo que debe hacer. Y nosotros habíamos perdido a un gran talentoso, que era Rubén Paz”.
De nuevo, una palabra: “Talento”. Y una evocación nostálgica: “Habíamos perdido”. ¿Quién, cuándo, cómo, dónde? Peñarol, antes de salir Campeón de América y del Mundo en 1982, cuando la llegada del notable brasileño Jair Gonçalves intentó compensar futbolística y emocionalmente la pérdida provocada por la partida de Paz. Es que los goles, las gambetas, las pausas y los actos de inspiración de este uruguayo de oro eran cosa seria.
“Me pone muy contento tener la oportunidad de hablar de un gran compañero, un gran amigo y un extraordinario jugador de fútbol”, dice en exclusiva a este portal, con su humildad habitual, Walter “Indio” Olivera, el capitán de aquel plantel inolvidable que conducía Hugo Bagnulo. Y agrega: “En los años 70 llegaron a Peñarol, procedentes de Artigas, cuatro muchachitos jóvenes. Y llegaron para quedarse, porque en poco tiempo se convirtieron en titulares y demostraron ser muy buenos futbolistas. Rubén fue un exquisito, tenía una zurda fenomenal y nadie quería dejar de tenerlo en el equipo, pero no pudimos disfrutarlo tanto como lo hubiéramos querido por cuestiones que tienen que ver, sobre todo, con la lógica del mercado. Nos quedamos entonces sin nuestro mejor jugador y sin un armador imprescindible. Pero eso terminó siendo muy bueno para él, porque así inició una carrera internacional de destaque. Así que nosotros, pese a que nos pusimos contentos por Rubén, que era muy joven, sufrimos su ida, y no solo desde el punto de vista futbolístico. Él era excepcional, armaba maravillosamente y tenía su cuota de gol, que se notaba sobre todo cuando Fernando Morena no jugaba”.
Como si fuera poco, el hombre que ganara nada menos que siete Campeonatos Uruguayos con Peñarol remató: “Rubén y Pedro Rocha se diferenciaban solo en el hecho de que, mientras el primero jugaba volcado por la izquierda, Pedro jugaba volcado por la derecha. El fútbol fue cambiando rápidamente a partir del equipo espectacular del Peñarol que en los años 60 ganó todo. Y Rocha y Rubén se parecían en serio: no poseían demasiada velocidad, tal vez su único defecto, aunque eran capaces de armar solos un equipo, tenían tiro de afuera del área y una capacidad para pasar la pelota excepcional. Tal vez Pedro fuera más directo y Rubén más dribleador, pero son sutilezas. Yo disfruté a ambos. Y a Paz no solo con Peñarol, sino en el Mundialito, donde hizo auténticas maravillas con su estilo, sus centros, sus toques y sus pases enormes. Ocurre que él jugó cuando jugó, pero fue tan fenomenal que podría haber jugado en la era moderna del fútbol y, también, ahora. Hoy sería sensación”.
Una vez, Quique Wolff dijo: “Tener una estatua de ese mago con la zurda que era Rubén Paz es algo que todos llevamos en el corazón”. Y Paz, nuestro crack de todas las épocas, declaró en junio de 2020 al diario La Nación, recordando su llegada a una tierra con la que se sentiría hermanado para siempre: “En Uruguay, en esa época, veíamos ATC para seguir el fútbol argentino. Aunque en Artigas, mi pueblo, convivíamos mucho con el fútbol brasileño. Pero cuando me vine a Montevideo descubrí que el fútbol argentino es el paso obligado para dar el salto. Para nosotros, la revista El Gráfico era todo. Yo no la compraba porque no tenía la plata, pero pasaba por el kiosco a hojearlo y me llevaba todas las fotos en la cabeza: era como jugar al fútbol dentro de la revista. Así crecí. Y siempre en mi cabeza estaba pasar por el fútbol argentino. Me tocó ir a Brasil cinco años, y disfruté un montón. Y de ahí me fui a Francia. En el Racing de París vino un nuevo entrenador portugués que venía de salir Campeón del Mundo con el Porto y quería traer a Paulo Futre, que después fue figura en el Atlético de Madrid. En esa época había límite de extranjeros, y yo ya era el cuarto en ese momento, así que tuve que salir. Empezaron a llamar. Y Juan Carlos Crespo, el vicepresidente, me volvió loco por teléfono. Era una masacre cada día. Hasta que me convenció para salir a préstamo a Racing”.
Uno de los mejores cuentos de Julio Cortázar se llama “Queremos tanto a Glenda”. “Glenda” es Glenda Jackson. Esto no es un cuento. Pero “Rubén” es Rubén Walter Paz, y seguramente le queden más gambetas para regalarle a una tierra famosa por la garra pero ávida de hechizos como el suyo, único, hermoso y letal.
Pablo Cohen