montero

Esta entrevista fue publicada originalmente en el bestseller “Desde adentro: Uruguay Mundial”, un libro escrito por Pablo Cohen y editado por el diario El País en vísperas del Mundial de Rusia 2018.

Existe una desproporción evidente entre la figura mitológica de quien ha sido uno de los mejores defensas centrales en la historia del Uruguay y este flaco de mediana altura y lentes que me recibe en su casa de Pocitos Nuevo al mediodía. Esta curiosidad aumenta el interés por saber cómo, ocupando una posición en la cancha donde ser alto y corpulento es vital, pudo llegar a lo que llegó ese prodigio de técnica, personalidad y jerarquía que en este país conocemos como Rónald Paolo Montero Iglesias.

Cuando entrevisté a César Luis Menotti para el libro “Peñarol y su gente, gloria y tradición”, editado a fin de 2017 con El País, el argentino recordó al por entonces joven zaguero aurinegro. “Para mí, en su aparición, Paolo era lo más parecido que había a Passarella”, declaró. Y agregó: “Había periodistas que me decían: ‘No se puede jugar con un chico así’. Se referían a sus fouls innecesarios y a su temperamento, pero yo lo veía entrenar todos los días y sabía lo que podía dar. ¡Y jugó quince años en la primera división italiana! Una vez le hizo un túnel adentro del área creo que a Hugo Sánchez, aunque de repente fue a Emilio Butragueño. A uno de los dos fue”.

Muchos esperaban que el hijo del “Mudo” Julio Montero Castillo fuera un futbolista con un carácter indomable. Lo que no sabían es que se encontrarían con una versión superior a la que había ofrecido el hombre que salió Campeón de América, del Mundo, y seis veces de Uruguay, con el Club Nacional de Football.

monteros
Julio Montero Castillo y Paolo Montero

Es que, tras un solo año en Peñarol –insólitamente, los albos se negaron a ficharlo-, Paolo emigró al Atalanta, donde compitió desde 1992 hasta 1996, para llegar, antes de terminar su carrera en San Lorenzo y en Peñarol, al club en el que estaría prácticamente una década, y con el que ganaría todo lo que un niño puede soñar: la Juventus.

Dueño y señor de su zona y, por extensión, símbolo defensivo de la élite europea, Montero desembarcó en Turín, se afianzó rápidamente en la titularidad y disputó la final de la Copa Intercontinental dirigido por Marcelo Lippi y acompañado por monstruos sagrados como Ciro Ferrara, Vladimir Jugovic, Zinedine Zidane y Alessandro Del Piero, autor del único gol de la final celebrada en Tokio a fines de 1996 contra el River de Hernán Díaz, Juan Pablo Sorín, Leonardo Astrada, Sergio Berti, Ariel Ortega, Julio Cruz y Enzo Francescoli.

Juventus final intercontinental 1996
Juventus Campeón Copa Intercontinental 1996. De pie: Torricelli, Ferrara, Porrini, Boksic, Peruzzi, Montero. Agachados: Zidane, Del Piero, Deschamps, Di Livio y Jugovic.

Pero ese sería solo el comienzo de un camino glorioso en la carrera de Paolo, quien en febrero de 1997 alzaría la Supercopa de Europa luego de que su equipo derrotara 9 a 2 al cabo de dos encuentros al Paris Saint Germain, y culminaría su periplo continental con cuatro torneos de la Serie A y tres Supercopas de Europa.

Dueño de una personalidad fuerte, carismática y ajena a la presión, Montero jugaba al borde del reglamento. Pero se agrandaba ante la adversidad y era capaz tanto de hacerse echar innecesariamente como de deslumbrar adentro del área con un quite veloz, preciso y salvador. Esa marca de fábrica, que unía a un don natural para conectarse emocionalmente con sus compañeros, es lo que lo convirtió en uno de los zagueros emblemáticos de la selección uruguaya, con la que ganó poco pero respecto a la cual, por su calidad, su entrega y su liderazgo, se lo recuerda como un deportista de primera categoría.

Si era necesario, Paolo Montero anulaba a Messi o a Ibrahimovic. Y si era necesario subía, hacía un gol de cabeza en la hora, volvía, ordenaba la defensa y aseguraba que la portería se mantuviera intacta. Así fue siempre que dependió de él, es decir durante buena parte de los quince años en que vistió una camiseta hecha a su medida, sobre la que habló en esta entrevista íntima, profunda y honesta.

-Su padre es un ídolo tricolor, usted es hincha de Peñarol gracias a su abuelo y sus hijos son aurinegros, salvo el mayor. ¿Qué importancia tiene el valor de la diversidad dentro de su familia?

-La importancia de que cada uno es libre de elegir el equipo del que es hincha, igual que es libre de elegir la vida que quiera si respeta los principios de la casa, que son innegociables. Después, ser hincha de Peñarol, de Wanderers, de Cerro o de Rampla es secundario. Eso me lo enseñó mi padre. Fijate que él, con toda la historia que tenía de enfrentamientos clásicos, cuando yo jugaba en Peñarol quería que ganáramos. Ahora volvió a ser lo que era antes: un fanático de Nacional (risas). Pero yo crecí así y en mi casa se copia lo que me enseñó mi viejo.

Montero Peñarol

-¿Qué relevancia tuvo Menotti cuando usted era joven, viéndolo en perspectiva?

-Siempre lo voy a decir: a nivel mundial, Passarella está considerado uno de los mejores cinco zagueros de toda la historia junto a Baresi, Beckenbauer y poquitos más. Y al compararme con él cuando llegó a Peñarol, sabiendo lo que Passarella había sido en Italia, donde hasta salió goleador siendo zaguero, Menotti permitió que me vinieran a ver de Argentina y de Italia, y que todo se me hiciera más fácil. Pero no solo me comparó con un monstruo histórico. Además, con el tiempo me fui dando cuenta de situaciones en las que, respecto al achique, que a los 18 años sinceramente no entendía, yo terminaba diciendo: “Menotti y Ángel Cappa tenían razón”. Así que fui aplicando sus enseñanzas hasta el último día de mi carrera.

-En 1996 usted salió Campeón del Mundo, dirigido por Marcello Lippi. ¿Cómo era él como técnico?

-Un monstruo también. Yo lo había tenido en el Atalanta en 1992, y lo que aprendí de él es una cosa que me marcó: cómo trabajar el pressing a nivel ofensivo. Hoy como entrenador, valiéndome de esos recuerdos y del contacto que sigo teniendo con él -que fue quien me pidió en la Juventus en un momento delicado, en el que yo tenía reclamos en torno a los premios y a los sueldos y el Atalanta no me renovaba el contrato-, intento aplicar esos conocimientos.

-Así que Lippi fue muy importante en el éxito de Paolo Montero.

-Es que yo creo mucho en la suerte, no en el fútbol sino en la vida. No sé si será real lo de los planetas, los satélites que se tienen que estar mirando y la atracción, pero también cuando me quiso el Atalanta yo estaba con problemas en Peñarol, donde con razón me habían separado del plantel. Y después pasó esto de Lippi.

-¿Solo suerte?

-Suerte y ayudar a la suerte. Pero ¿sabés cuántos compañeros tuve en divisiones inferiores que ayudaron a la suerte como yo pero de repente tuvieron que salir a laburar o dejar el liceo por una desgracia familiar o económica? Y no se entrenaban ni peor que yo ni jugaban peor que yo. Entonces, gracias a Dios no tuvimos enfermedades graves, no vivimos tragedias a pesar de que atravesamos momentos críticos económicamente, y mi madre tomó la decisión de criarnos en Pocitos, que bien o mal hizo que nos codeáramos con gente con otras aspiraciones. Entonces, eso nos llevó a intentar seguir creciendo siempre. Crecimos con ejemplos positivos.

Paolo Montero

-¿Qué es lo más importante que le enseñó Marta, su madre?

-El valor del esfuerzo. Hay que tener suerte pero, como dicen los tanos, “el laburo paga”.

-Más allá de lo futbolístico, ¿qué significó para usted emocionalmente enfrentar en la final de la Copa Intercontinental al River de Francescoli, que un año antes, en 1995, había salido Campeón de América con Uruguay como capitán?

-Fue distinto, porque yo en esa Copa América estuve citado y seis días antes de que empezara, como era todo en aquella época, jugamos un partido amistoso contra los suplentes del Colo-Colo en el Tróccoli, me comí terrible plancha, me rompí la rodilla y no pude disputarla. Entonces, yo ya lo conocía al Enzo, que para mí fue un monstruo futbolísticamente, un crack de verdad. Pero la Intercontinental era importante porque mi viejo había salido Campeón del Mundo y yo quería lograr algo de lo que él había logrado. Ojo: River andaba volando. Y en la Eliminatoria con la selección Enzo venía de Argentina, yo venía de Italia y siempre nos jodíamos (risas). Entonces, lo que yo le decía era que, si nos salía bien el pressing, a River le iba a costar porque en el campeonato italiano veníamos bien, y porque en la Copa de Campeones –en esa época no se llamaba Champions- veníamos arrasando con un equipazo donde estaban Vieri, Zidane, Deschamps, Ciro Ferrara, Peruzzi, Torricelli, Di Livio y Pessotto. La verdad es que casi más lo perdemos, pero merecimos ganar como 5 a 0: los pasamos por arriba (risas). ¿Y sabés lo que pensás cuando estás afuera? En esta final del Mundo hay un uruguayo que va salir campeón y que te va a dejar bien alta la bandera. Es como ver a Suárez o a Cavani hoy, o un poco antes a Forlán o a Lugano.

-Claro. Usted ganó cuatro veces la serie A.

-Cinco. Lo que pasa es que nos sacaron una por el “Calciopoli”, ¿te acordás? Fue una farsa: nos perjudicaron a nosotros, pero estaban metidos todos.

-Tres Supercopas de Italia, una Supercopa de Europa y una Intercontinental.

-Sí, nos faltó la Champions: perdimos dos finales de la Champions y una de la Copa de Campeones.

Paolo Montero Juve

-Imagino que entre aquella vida de ídolo en Turín y esta vida de entrenador sin equipo en Montevideo debe haber un contraste muy grande, ¿no? (Nota de redacción: cuando se realizó esta entrevista, Montero aún no era, como lo es ahora, entrenador de San Lorenzo)

-Sí. Pienso que en algunas cosas he mejorado por el paso de los años porque si no sería un tarado, pero la vida es totalmente diferente (risas). Acá te encontrás con un muchacho joven que estudió Medicina, Derecho o Notariado y que maneja un Uber. Entonces, este país es precioso a pesar de las problemáticas que enfrenta, pero no te da la chance de crecer. Vivir en Montevideo y en Torino es igual, porque la gente no es pesada ni molesta: es cariñosa, pero no invasiva. En definitiva, no es Napoli ni Argentina, donde el mozo no te sirve la comida y quiere saber qué equipo vas a poner el domingo. Así que yo podía salir a la calle e ir a comer a restaurants. Aunque en Torino estaba poco porque, por la Copa de Campeones, la UEFA o la Copa Italia, vivía viajando.

Paolo Montero entrenador Peñarol

-O sea que la misma carrera en Napoli hubiera sido difícil.

-Invivible. Te lo digo porque Zalayeta estuvo dos años y porque mi amigo Ezequiel Lavezzi, con quien jugué en San Lorenzo, una vez me llevó a comer en Napoli, salimos del restaurant, él parecía un ladrón encapuchado que se escapaba por la cocina hasta el auto, y a la media hora había 300 personas afuera del restaurant. Entonces, a nosotros no nos gusta vivir así. Pero ¿qué es lo distinto? Que acá en Uruguay no le veo un crecimiento a mi vida.

-Hábleme de eso.

-Nuestro país es así: somos un mercado chico. Te hablo de fútbol, que es lo mío. Con la crisis que hay en el fútbol uruguayo, por ejemplo, yo trabajando como entrenador con el “Chengue” Morales ya tengo una limitación importante: él no puede ir a Peñarol y yo no puedo ir a Nacional. Entonces, está Defensor, Danubio, Wanderers, River, Torque, Boston River y algún otro equipo que haga las cosas bien. Pero es todo muy chico. En Argentina o en Europa, el mercado es tan amplio que podés trabajar en un equipo de la B. Por ejemplo, el Atlético Tucumán te lleva a 40.000 personas.  

-El “Chengue” es un hermano de la vida, ¿verdad?

-Sí, el “Chengue”, el “Zala”, el “Negro” Gustavo Méndez. Y tenemos también muy buena relación con Marcelo Otero, con el “Bola” Lima (Nota de redacción: Lima, cuya despedida impactó a todo el ambiente del fútbol uruguayo, falleció el 17 de junio de 2021) y con Andrés Fleurquin, que es un crack. Hay un lindo grupo de gente con el que te llamás y te escribís.

-Cuando usted venía de la Juventus a Uruguay, ¿había en la selección talento suficiente para emular las hazañas de ese equipo italiano donde figuraban algunos de los mejores futbolistas del mundo, o para obtener logros como los que se alcanzaron a partir del Mundial de 2010?

-Estoy convencido de que sí. Fijate que estaban el “Chino”, Forlán, el “Loco” Abreu, Darío Silva, y también había gente talentosa atrás y en la línea de cuatro. Mirá: eran jugadores que entraron en Europa como extranjeros, y ese es un mérito importante. Por eso tenés que darle la importancia real que tuvieron a los cracks que entraron antes de que existiera la Unión Europea, como Francescoli, Fonseca, el “Chueco” Perdomo, Rubén Paz, Rubén Sosa y el “Pato” Aguilera. Ellos, junto a “Paco” Casal, estés de acuerdo con él o no en otras cosas, abrieron el camino. Vos estabas compitiendo con toda Europa: éramos “uruguayitos” sin pasaporte. Hoy, si jugás más o menos, al no ocupar cupo de extranjero, te llevan. ¡Antes había que ser bueno de verdad! (risas).

-¿Usted extraña un poco aquella época tan linda como jugador? ¿Siente abstinencia, aunque sea ocasionalmente?

-Es verdad que hay que quemar etapas e ir creciendo, todo lo que vos quieras, pero por desgracia se extraña siempre. Más ahora que, como técnico, sentís el olor del pasto recién cortado, salís por el túnel y ves cómo está la cancha. Y cuando el túnel tiembla, sobre todo en Argentina, donde los estadios en general están repletos, como decimos siempre con el “Chengue”, tenés ganas de entrar a jugar.

-¿Le cuesta poner la distancia necesaria en el trato con el jugador?

-Yo no empecé a dirigir enseguida después de retirarme. Dejé como ocho o nueve años, pero es cierto que sigo siendo joven. De todas maneras, ¿viste que los técnicos cada vez son más jóvenes? No sé si es por la manera en que cambió el fútbol y en que se globalizó, pero es así. Es como si la tuvieran más clara, porque en el momento en el que están jugando ya hacen un curso que les va a servir después. Te doy un ejemplo: las problemáticas nuestras las arreglábamos sin diálogo; era blanco o negro, y andate de mi casa (risas). Por ejemplo, yo le dije a mi mujer, después del último partido con Danubio: “No quiero jugar más, y punto”. Hoy, podés compartir lo que los jugadores reclaman o no, pero vienen, llegan con abogados, se sientan y negocian. Y esa profesionalización es positiva y repercute también en la propia carrera de los jugadores, que están más preparados y asesorados en todos los aspectos, y pueden planificar y reflexionar más.

-Paolo, ¿es verdad que usted tiene un récord de tarjetas rojas en Italia?

-Lo de las expulsiones es verdad. No me voy a justificar porque hubo expulsiones que estuvieron perfectas y tendrían que haberme dado más fechas que las que me dieron (risas). Yo llegué en 1992 a Italia, y en 1994 o 1995 cambiaron las reglas para favorecer al último hombre y expulsar a quien lo fouleara, fuera o no violenta la infracción, con el objetivo de no impedir una situación de gol. Y en el Atalanta, que no es lo mismo que el Barcelona o la Juventus –porque es la realidad-, de repente en algunas situaciones no merecía la expulsión, pero me tocaba a mí porque era el líbero. Después, te diría que de las 17 expulsiones que me pusieron en los 13 años en Italia, cinco no las merecí. Obviamente, los jueces sabían que, si hacía un foul, me podían expulsar a mí para tranquilizar a todos y nadie decía nada. Además, yo prácticamente no hablaba con la prensa. No porque tuviera nada en contra: simplemente no me gustaba. Pero sí: es un récord (risas).

Paolo Montero Tarjeta Roja

-Debe ser impresionante para usted viajar a Turín todavía hoy.

-Yo qué sé. Te digo la verdad: sí, me emociona y todo, pero nunca lo viví así. Nunca me detuve a pensar: simplemente jugaba. Ahora, por ejemplo, es justo que vaya a buscar a mis hijos a la escuela o al liceo y que los niños no me reconozcan, porque ya está, ya fuiste. Es justo que hoy, después de haber mirado a Forlán y a Lugano, los chicos miren a Godín, a “Josema”, al “Pajarito”, a Bentancur y a Nández. El “Palito” Pereira fue un monstruo pero ya está, no está más, ya fue. Gracias, “Palito”, pero ahora vamos a darle para adelante a otro guacho (risas). Mi viejo es una leyenda de Nacional y de Uruguay, y ganó todo pero no lo conocen. Y si lo conocés es porque tu abuelo te contó quién era Montero Castillo. Está bien.

-Hablemos del Mundial de Corea. ¿Por qué la selección no clasificó a segunda ronda?

-Hace tiempo que he tomado la decisión de no hablar de dirigentes, pero la responsabilidad, en un porcentaje grande, fue nuestra. Por ejemplo, yo no pude disfrutar del Mundial, y eso no fue muy inteligente de mi parte, porque era una situación muy linda que se había logrado con gran esfuerzo. Eso es algo que aprendí gracias a una psicóloga, haciendo el curso de entrenador: el fútbol no es un sacrificio, es un esfuerzo. Al que está arreglando la vereda en la esquina de tu casa, que de repente le hubiera gustado ser médico, bueno, para él sí su trabajo es un sacrificio. Pero si hacés lo que amás no te tendría que costar despertarte temprano, tomar un ómnibus e ir a entrenar. Entonces, nosotros no fuimos lo suficientemente inteligentes en encerrarnos en lo nuestro como grupo y pensar solo en el fútbol. Y uno de los principales responsables fui yo, que era el capitán.

Montero ronaldo

-¿Le molestó que algunos periodistas dijeran que muchos de ustedes discriminaban a determinados compañeros?

-No. Me molestó que mucha gente en torno al fútbol supiera todas las internas. Pero lo que más me molestó fue que se le echara la culpa sistemáticamente a la parte más noble de este deporte, que es el futbolista.

-Cambiemos de tema. En aquel plantel estaba Recoba…

-Sí. El más talentoso de todos.

-Y viendo practicar tan joven a Forlán, ¿usted pensó que se convertiría en el jugador extraordinario que después disfrutamos todos?

-Todos lo sabíamos. Fue como cuando llegó Lugano. O cuando llegó Godín, a quien citó Jorge Fossati con 18 o 19 años. Es algo que ves. Aparte de las condiciones naturales de Forlán, que no precisás tener un Premio Nobel de Química para descubrir, lo notabas en la profesionalidad del tipo, en cómo dedicaba tiempo al entrenamiento y a mejorar. A ese nivel, todo el mundo dice que están compitiendo Messi y Ronaldo. ¡Mentira! Ellos se están mirando al espejo y están compitiendo contra sí mismos. Entonces, es: “El año pasado hice 12 goles y, si no hago 14 el que viene, me muero, así que tengo que hacer cinco de esta manera, cuatro de esta otra y tres de liro libre”. El partido es contra ellos mismos.   

-Paolo, ¿cómo un tipo flaco, no demasiado alto e hijo de una leyenda notoriamente más corpulenta, logró que sus rivales le tuvieran miedo más allá de su clase, su carácter y su técnica?

-Antes que nada, por una cuestión de respeto. Yo no hablaba con mis rivales, a mí nunca me sacaron una amarilla por protestar y, después, está el boca a boca del vestuario, donde convivís con compañeros de la selección de Francia, de Holanda y de Italia. Nos conocemos todos en el fútbol, ¿entendés? El “Chengue” no es respetado porque pelea. Es respetado porque es buena gente.

-Pero usted defendía como los dioses. ¿Lo respetaban o le tenían miedo?

-Miedo a ese nivel no tenés. Había un respeto humano y profesional. Por ejemplo, si yo iba a marcar a Batistuta, pensaba: “Pah, le pegás y no se asusta, es fuerte, te dormís y te clava, le pega de zurda y de derecha, te mete un gol de afuera del área, ¿qué hago?” (risas). Ese es el respeto que vas consiguiendo entre tus colegas.

-¿Usted tiene perros?

-Sí. Un labrador. Es lo más bueno que existe para los niños, se lo digo a todo el mundo.

-Bueno, yo tengo un bichón habanero que, cuando viene gente, parece que creyera que es un Dóberman. Lo que siento es que usted se creía que era un Dóberman al que no podían pasar.

-Ah, sí, me autoconvencía. Tu pregunta está bien hecha. ¡Mirá lo que soy! ¡Y eso que mi viejo mide 1,87 metros! La verdad es que el delantero más chico de Europa medía 1,85 metros. ¿Y sabés qué otro problema había? Que muchos eran negros que venían de las colonias, y genéticamente son más que nosotros para el deporte. Después, yo estudiaba a los rivales, pero no teníamos la suerte esta que tenés vos, que ahora me estás grabando con el celular. Cuando me vendieron al Atalanta en 1992, ni siquiera había celulares. No era lo mismo ver algún partido en la tele que todo lo que quisieras en YouTube.

-Avancemos en el tiempo. ¿Qué sintió usted cuando Uruguay clasificó al Mundial de Rusia con luz y sin disputar el repechaje?

-Por suerte, acá en la eliminatoria los jugadores determinantes estuvieron en casi todos los partidos, y ese no es un detalle menor. Después, si analizás nuestra columna vertebral, tenemos jugadores que están en el podio a nivel mundial. Entonces, no me sorprendió que Uruguay clasificara sin repechaje. Muslera está entre los diez mejores del mundo. Sacamos a Cavani y a Suárez. Y Godín está entre los tres mejores. A vos te gustará más Piqué, Ramos, Boateng, Hummels o Godín. Pero es como comparar a “Pampita” con una rubia hermosa: a vos te gusta la rubia y a mí la morocha (risas). Y arriba tenemos a Suárez, que es el uno, y a Cavani, que si no es el segundo, es el tercero. Desde la época de Obdulio se sabe que, si tenés una columna vertebral fuerte, el resto acompaña. Así que se dio la lógica.

paolo montero
paolo montero2

-Regresemos al pasado. ¿Se acuerda de un gol contra Paraguay en las Eliminatorias para el Mundial de 2006? Usted defendió todo el partido, subió, cabeceó, hizo el gol, volvió y aseguró el resultado.

-Sí. Jugué muy mal ese partido: ligué, porque hice el gol (risas).

-¿Lo dice en serio?

-Sí, porque mirá que venía de una lesión y fui un desastre. A último momento, faltaban como diez minutos, estábamos ahí, en una época en la que no le ganábamos hace no sé cuánto a Paraguay en el Estadio, y la verdad es que no subía porque teníamos fenómenos del juego aéreo. Creo que si perdíamos ese partido ya quedábamos afuera, pero la cuestión es que el “Chino” tiraba los tiros libres y en esa selección estaban Lugano, el “Chengue”, “Zalayeta” y el “Canario” García, además de Fossati, que era un animal planificando pelotas quietas. Así que dije: “Yo subo a ver qué pasa” (risas). Y cayó justo ahí.

-¿Los uruguayos reconocemos con justicia el éxito de nuestros ídolos?

-Bueno, acá criticamos al Enzo, que jugó dos Mundiales, ganó tres Copas América, la rompió en Italia y en Francia y ganó todo en River. Yo qué sé: cuando salimos cuartos en la época de mi viejo, nos recibieron con piedras. Somos así.

-¿Qué es lo más importante que le enseñó su padre?

-El vestuario, el compañerismo. El grupo es sagrado.

-¿Cómo es esa curiosidad de que cuando usted era chico le divertía más el básquetbol que el fútbol?

-En mi época no había octava y séptima división, entonces dejabas el baby fútbol con 12 y arrancabas la sexta con 14, con lo cual quedabas como tirado. Y yo, que vivía a tres cuadras de Trouville, empecé a ir, a alcanzar la pelota a los jugadores de Primera y, a los nueve, diez años, a jugar al básquetbol, al básquetbol, al básquetbol. Y me empezó a gustar, llegué hasta menores y bueno, cuando, estando en cuarta, el técnico Juan Duarte me dijo que me estaban mirando de la primera división de Peñarol, tuve que tomar una decisión. Hasta ese momento practicaba los dos deportes a la par.

-¿Qué le atraía de ese otro deporte tan entretenido?

-Será porque yo jugaba de base, pero me gustaba la idea de estar siempre llevando la pelota, cantando las jugadas o haciendo una que me dijera el técnico, que mis compañeros me miraran y sus movimientos dependieran de lo que yo decidía. Y también me gustaba el grupo. Hoy no se puede comparar tanto el básquetbol uruguayo, que mantiene su espíritu, con lo que significa el fútbol.

-¿Sigue mirando básquetbol? ¿Quién es su jugador favorito?

-En la tele, sí. Si no me duermo temprano, sí. El otro día vi Goes contra Aguada. Y mi jugador favorito en mi época, y tuve la suerte de conocerlo, fue Tabaré Martínez. Era el ídolo de todos nosotros en Trouville. Y el grande, grande, grande era un equipo: el Bohemios de “Tato” López, Carlitos Peinado, Larrosa, Pierri y Pereyra. Era impresionante. Y después estaban Heber Nuñez y “Fefo” Ruiz: ¡pah!

-¡Qué tripleros esos dos!

-En esa época no existía el triple pero, cuando lo pusieron, se aburrieron de hacer triples.

-Paolo, ¿qué es ser uruguayo?

-Yo qué sé. Para mí, y más por cómo lo vivimos nosotros, es honrar lo que te dejaron tus antepasados. A pesar de todos los problemas que tuvimos en nuestra época, nosotros salíamos al túnel antes de enfrentar a los rivales y estaba siempre esa frase: “Somos uruguayos, loco, vamo’ arriba”. Y es cierto: ¿qué Argentina y Brasil? El milagro del fútbol mundial somos nosotros. No sé si es verdad lo de los charrúas, que se dice que eran guapazos para la guerra, pero algo de verdad tiene que haber, bo. Todo técnico argentino o europeo, y te lo digo porque dirigí en Argentina y porque viajo a Europa para seguir aprendiendo, te lo admite: “Yo quiero uruguayos”. Porque dicen que somos humildes, perfil bajo, aguerridos, derechos y buena gente. Aunque, la verdad: al argentino sacalo porque, si le tocás al hermano más chico, te arranca la cabeza. Ellos son cracks de verdad con nosotros. Y aunque yo los adoro, nosotros no somos así con ellos.

Compartir

Paolo Montero, exclusivo, por Pablo Cohen: “Somos el milagro del fútbol mundial»

Categoría: Jugadores
0
891 views

Join the discussion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

cuatro + 1 =