Lo único que ha cambiado es el país en donde los ojos del mundo se posan, ansiosos, esperando que el entretenimiento, la estrategia y la estética se den la mano. Pero no ha cambiado el continente, Europa, que funciona como epicentro en torno al cual el fútbol y sus círculos concéntricos giran con la gravitación de un espectáculo que supera la sumatoria de sus factores -show, dinero, televisión, merchandising-, puesto que este juego es no tanto un deporte como un fenómeno sociológico y una religión pagana, algunos de cuyos vicios se pueden criticar pero no minimizar.
Acaso los aficionados se enfoquen especialmente en España y en Inglaterra. Pero no siempre fue así. La Italia que de todos modos hoy se destaca con elementos litúrgicos singularmente latinos fue en los años 90 el centro absoluto del planeta fútbol.
No cabía esperar menos de un país tan apegado a la tradición futbolística, que en 2006 conseguiría su cuarto mundial, y en cuya Serie A las estrellas más relucientes competían con fiereza, una liga en que la lucha con las defensas rivales podía ser cruenta para los estándares contemporáneos.
Desde la edición 1988-1989 hasta la edición 1998-1999 de la UEFA Champions League, llegaron a las finales el Milan, nada menos que cinco veces, la Sampdoria, una, y la Juventus, tres.
Nos referimos a la Juventus de Turín, el glorioso club fundado en 1897 que dirige el otrora majestuoso volante Andrea Pirlo, y que ganó en 36 oportunidades la Serie A, en 13 la Copa Italia, en 9 la Supercopa de Italia, en tres la UEFA Europa League, en dos la Champions League y también en dos la Supercopa de Europa y la Copa Intercontinental, cuya recordada versión de 1996 enfrentó a la Vecchia Signora de Marcello Lippi, Angelo Peruzzi, Ciro Ferrara, Paolo Montero, Didier Deschamps, Zinedine Zidane y Alessandro del Piero con el Millonario de Ramón Díaz, Juan Pablo Sorín, Leonardo Astrada, Sergio Berti, Ariel Ortega, Enzo Francescoli y dos Marcelos: Salas y Gallardo.
“Ya lo conocía al Enzo, que para mí fue un monstruo futbolísticamente, un crack de verdad. Pero la Intercontinental era importante porque mi viejo había salido Campeón del Mundo y yo quería lograr algo de lo que él había alcanzado”, declaró Paolo Montero en el bestseller “Desde adentro: Uruguay Mundial”, editado por el diario El País en 2018.
Y agregó: “Ojo: River andaba volando. Y en la Eliminatoria con la selección, Enzo viajaba desde Argentina, yo viajaba desde Italia y siempre nos jodíamos. Entonces, lo que le decía era que, si nos salía bien el pressing, a River le iba a costar, porque en el campeonato italiano veníamos bien y en la Copa de Campeones veníamos arrasando. La verdad es que casi más perdemos, pero merecimos ganar como 5 a 0: los pasamos por arriba. ¿Y sabés lo que pensás cuando estás afuera? En esta final del Mundo hay un uruguayo que va a salir campeón y que te va a dejar bien alta la bandera. Es como ver a Suárez o a Cavani hoy”.
El ex ídolo de Peñarol, de la Juventus y de Uruguay, cuya jerarquía insuperable como defensor central descubrió muy pronto César Menotti, remató: “En esa época en la selección teníamos al ‘Chino’, a Forlán, al ‘Loco’ Abreu, A Darío Silva, y también había gente talentosa atrás. Por eso hay que darles la importancia real que tuvieron a los cracks que emigraron antes de que existiera la Unión Europea, como Francescoli, Fonseca, el ‘Chueco’ Perdomo, Rubén Sosa, Rubén Paz y el ‘Pato’ Aguilera. Ellos, junto a ‘Paco’ Casal, abrieron el camino. Vos estabas compitiendo con toda Europa: éramos ‘uruguayitos’ sin pasaporte. Hoy, si jugás más o menos, al no ocupar cupo de extranjero, te llevan. ¡Antes había que ser bueno de verdad!”.
“Bueno de verdad”: una expresión que cabe tanto para aquellas estrellas uruguayas como para el hombre que los representaba, Francisco Casal, sobre cuya praxis en pos de la mejoría constante de la vida deportiva y familiar de sus jugadores han hablado favorablemente hasta adversarios.
Jugadores que eran buenos de verdad, claro. Pero Casal, como resalta Paolo, abrió puertas de lujo que hasta entonces le estaban vedadas al fútbol uruguayo. Y lo hizo en una época en que para nuestro país, desde la televisación hasta los sueldos de los protagonistas del negocio, padecían las consecuencias de una ambiente imbuido de amateurismo.
Así como en el Río de la Plata se destacarían los hermanos Da Silva, Antonio Alzamendi, Sergio Martínez, Pablo Bengoechea, Gabriel Cedrés y Juan Ramón Carrasco, harían lo propio en el viejo continente Nelson Gutiérrez, Enzo Francescoli, Rubén Paz, Carlos Aguilera y Rubén Sosa, fenómenos de cuyo talento la selección se llegó a privar por un conflicto tan vetusto como absurdo, relacionado con una palabra fratricida: “Repatriados”.
Un conocimiento profundo de los mercados, una capacidad camaleónica para adaptarse a las circunstancias y un trato íntimo con sus representados permitió a quien defiende los intereses de Matías Arezo, de Gastón Pereiro, de Guillermo de los Santos, de Juan Ignacio Ramírez, de Maximiliano Pereira y de Nicolás de La Cruz exportar la garra de Diego “Ruso” Pérez, la solvencia de Diego “Memo” López, la rapidez y la capacidad de definición de Darío Silva y la calidad de Fernando “Petete” Correa. E incorporar a la Juventus, donde Paolo se convertiría en símbolo eterno, a Marcelo Zalayeta, un delantero de una elegancia y una capacidad técnica fuera de lo común; a Fabián O’Neill, uno de los mediocampistas más precisos y talentosos de las últimas décadas; a Fabián Carini, de vasta experiencia celeste; y a Rubén Olivera, cuyas mejores horas, pese a su irregularidad, estuvieron repletas de magia.
Hablamos de la Juventus, la misma de Dino Zoff, cuyo escudo engalanan Gianluigi Buffon, Giorgio Chiellini, Paulo Dybala, Rodrigo Bentancur y Cristiano Ronaldo. Y hablamos también de Casal, el primer hombre en admitir sus defectos, pero respecto de quien, curiosamente, estas verdades evidentes se suelen soslayar, acaso porque ni siquiera nos guste reconocer con la profundidad debida a otros orientales indiscutidos por los que el propio Casal hizo tanto: los próceres del Maracanazo.
En una era de relativismos vacuos en que los hechos más evidentes son cuestionables, ésta es una certeza que conviene empezar a interiorizar.
Pablo Cohen.