por Pablo Cohen
Victorio Maximiliano Pereira es un hombre de lealtades. Lo saben sus excompañeros, sus futuros compañeros, los miembros de su familia, los referentes de la selección uruguaya y, desde ya y a pesar de algunos rencores que el tiempo coloca en el lugar adecuado, los escasos pero notables cuadros que ha defendido, y a los que ahora se agrega, como si su carrera hubiese sido incompleta, el Club Atlético Peñarol.
Futbolista inteligente, sacrificado, de una regularidad asombrosa, disciplinado tácticamente, una palabra -“disciplina”- que, como veremos más tarde, tiene una importancia extraordinaria en su vida, el lateral derecho ha caracterizado su trayectoria profesional por un intransigente pero educado rigor. De allí su hombría de bien, su recorrido incansable desde la defensa hasta el ataque, su liderazgo silencioso y su afán por el trabajo fuera del campo.
Ex jugador de Defensor Sporting, del Benfica y del Porto, múltiple ganador de la Copa de Portugal, de la Supercopa de Portugal, de la Primeira Liga y de la Copa de la Liga, mundialista en tres oportunidades y campeón de la recordada Copa América de 2011, Pereira disputó nada menos que 125 encuentros con el seleccionado. Y la marca de esa emoción lo acompañará eternamente, algo que quedó claro en esta entrevista que el “Mono”, desde una lluviosa y rabiosamente pandémica Porto, antes de desembarcar en Montevideo y fiel a su esencia, dio con calma y naturalidad, aunque con la ilusión de un niño y los nervios de un juvenil frente a un desafío con el que siempre soñó: debutar en Peñarol, su Walt Disney particular.
Cada bienvenida entraña una despedida, así que, ¿cómo es para usted emocionalmente decirle adiós a un club y a una ciudad tan linda como esta, en la que vivió varios años y con cuya hinchada festejó varias Ligas y Copas de Portugal?
Mirá, Pablo, yo no lo tomo como un adiós, porque nosotros hasta antes de que se confirmara lo de Peñarol pensábamos seguir con nuestra vida acá, independientemente de que continuáramos viajando a Uruguay. Y ahora está esta oportunidad, pero lo que evaluamos es ver hasta cuándo se da la ida a Uruguay, cuánto tiempo dura, cómo me encuentro futbolísticamente y cómo me va, y luego ver si regreso a Portugal o si sigo jugando unos años en mi país, como quiero. También debo pensar qué es lo mejor para mis hijos. Pero mi cabeza está en poder demostrar que estoy vigente, si Dios quiere quedarme un tiempo y regresar a Portugal, donde los niños tienen a sus amigos y nosotros estamos muy cómodos. Aunque nunca se sabe, porque la familia está en Uruguay. Y la familia tira. Veremos qué es lo que el tiempo decide.
Poco se conoce en el Uruguay sobre la belleza de Porto, sobre su riqueza culinaria y sobre los hinchas portugueses, que sin embargo son especialmente cálidos, ¿no?
A mí me tocó durante la primera etapa europea estar en Lisboa ocho años. Yo era joven, jugué y concentré mucho y no tuve tantas oportunidades de conocer profundamente la ciudad. Pero me quedó una buena impresión como profesional, como parte del club, en esa burbuja en la que vivimos los jugadores de fútbol. Lisboa es una ciudad divina, pero hay mucho tránsito, una gran confusión para todo, un shopping súper grande, y de repente te puede parecer excesivo. En cambio, a Porto vine más maduro, tuve más tiempo para conocer la ciudad, y la gente en el norte es más cariñosa y trata todo el tiempo de ayudarte, de que conozcas, de que te sientas bien. Y yo me sentí más cómodo con esa personalidad humilde, con una ciudad más pequeña, que me encanta en todo sentido. Además, he hecho un montón de amigos que no tienen nada que ver con el fútbol. Todo eso hizo que me encariñara especialmente con Porto. Pero Portugal es hermoso y tiene todo a pesar de ser chico, desde el Río Douro hasta el sur, la nieve, en fin: creo que es una lástima que mucha gente no lo elija como destino cuando viaja a Europa. Y además la comida y la bebida son espectaculares. Estas son las cosas lindas que te permite el fútbol. Pero también me preguntaste por los hinchas, y la verdad es que aquí existe una pasión muy similar a la sudamericana, porque la afición, sobre todo en Porto, está todo el tiempo cantando. ¡Hasta hay cuatro hinchas que ven el partido de espaldas e incentivan a los demás! (risas). Sin embargo, está todo organizado para que no haya problemas entre las hinchadas. Y también sentís la presión y la aprobación de la gente, según cómo te vaya, posterior a los partidos importantes que disputás con equipos tan grandes como los que mencioné.
Una peculiaridad de su carrera ha sido pasar sin escalas de Benfica a Porto, el equivalente de pasar de River a Boca, una rareza que también le sucedió a mediados de los años 90 a un jugador notable como Néstor Gabriel Cedrés. ¿Cómo recuerda ese momento de cambios, en que usted llegó a Porto luego de haber salido campeón de nueve campeonatos portugueses en sus distintas versiones?
Es cierto que ha habido pocos casos de uruguayos que pasaron directamente de un equipo grande a otro, que además son rivales a morir, y no recordaba que compartía eso con Gaby. La verdad es que cuando estaba en Benfica nunca me imaginé que vendría a jugar a Porto por la rivalidad que tienen, porque ganamos muchos títulos y porque la gente se sentía identificada conmigo y me brindó mucho cariño. Pero terminó el contrato en Benfica, yo quedé libre y el presidente vino a hablar conmigo para renovar, pero lo cierto es que existían diferencias con Paco, así que me preocupé por dar todo en el equipo que me tocara, delegando lo demás. Entonces, cuando Paco me dijo que tenía todo arreglado para que fuera a Porto, yo no entendía nada, imaginate. Conociendo la rivalidad y todo, le dije: “Paco, ¿te parece?” (risas). Incluso pensé que en el norte no iba a haber tantos “benfiquistas”, pero me equivoqué bastante, ¡porque estaba lleno! (risas). Y cuando llegué, la gente se encariñó inmediatamente y me dio todo el apoyo, a pesar de que alguno estaba en la duda, porque durante ocho años había sido su rival, el más odiado y uno de los más insultados. Pero al convertirme en jugador de ellos, tuvieron que cambiar su mentalidad de reproche. O sea que en los primeros meses fue difícil, porque obviamente te encontrabas a gente de Benfica y te decían algo o te trataban de traidor. Pero yo nunca me metí con eso porque soy profesional: debo hacer mi trabajo, dar lo mejor de mí adentro de la cancha, no juzgar al hincha y hacer mi vida personal.
¿De qué otra manera se materializó aquel reproche, pero por parte de los hinchas del Benfica?
Bueno, la gente metía un montón de fotos trucadas en Internet, incluso un gran cartel que había afuera del estadio de Lisboa fue destruido, ¡y cuando se enteraron de que me venía a Porto me colgaron del estadio desde la cabeza y me cortaron las piernas! (risas). Como uno de los más veteranos, habiendo ganado bastantes títulos y habiendo sido capitán, para ellos fue bastante complicado, así que el cartón grueso ese de los pósters quedó destruido. Pero como no tengo redes sociales, no me llegó nada. A la que le llegó mucho fue a Ana Laura, mi mujer. Hasta hace tres o cuatro años recibimos mensajes muy raros, que ella para no preocuparme no me transmitía en el momento, del tipo “cuando vengan a Lisboa tal cosa” o “sabemos esto de ustedes”. No sabíamos si nos lo decían en serio o no. Pero con el tiempo fuimos sobrepasando eso, nunca nos arrepentimos de la decisión e incluso parecería que las cosas se hubieran dado para que conociéramos esta ciudad hermosa y nos radicáramos acá. Siempre digo que gracias a mi actividad profesional he vivido cosas espectaculares.
Maximiliano, ¿qué paralelismo podría hacer entre su conducta como futbolista y los valores que le inculcaron sus padres a usted y que usted les inculca a sus hijos?
Yo he tratado de ser una persona muy correcta, entrenando mucho, intentando no tener problemas y realizar mi trabajo. Para eso me pagaban, independientemente de que haya tenido alguna reacción aislada fuera de lugar. Es lo que me transmitieron mis padres, a quienes he visto trabajando sin quejarse. Por eso les digo a mis hijos que uno tiene lo que tiene y no debe quejarse por todo. He valorado mucho lo que me han dado, fuera grande o pequeño, porque fue fruto del esfuerzo de mis padres. La crianza es la base de lo que después va a ser una persona. Es así como alguien se hace adulto, hombre o padre: con esos principios que te dan desde chico. En estos tiempos no podés hacerles vivir a tus hijos lo mismo que vos, porque hemos cambiado, estamos en un mundo muy material y no quiero que les falte nada, pero sí adaptar la esencia de lo que recibiste para que ellos valoren lo que tienen, porque las cosas cuestan. Y también para que sepan de alguna manera aquello por lo cual pasaste y que a su vez te hizo fuerte.
¿Por ejemplo?
A mí me ayudó muchísimo que mi hermana me llevara al entrenamiento porque mi madre tenía que cocinarles a siete hijos, o ver a mi vieja pedir prestado para tomarse dos ómnibus. De esas cosas siempre me agarré. Así que bueno: “Esto es lo que hay y por esto me pagan”. No me gusta quejarme, soy un apasionado del fútbol y ahora tengo un nuevo objetivo, por el cual les dije lo mismo al presidente de Peñarol y a Mauricio Larriera: “Quédense tranquilos, porque conmigo no van a tener problemas”. Es más: a pesar de esta entrevista, tampoco me gusta hablar demasiado, ni en general ni con la prensa (risas). La verdad es que no me gusta andar llamando la atención.
Usted no tiene redes, y ese dato no es menor…
Es que de alguna manera me gusta mantener los principios con los que crecí. Cuando yo era chico no podías moverte mucho de la mesa si estabas con tus viejos, y por supuesto la gente no tenía la mirada fija en el teléfono. Ese respeto por las cosas es algo que me gusta y que intento transmitirles a los niños. Lo cual no significa que una vez que estás jugando no te transformes, porque la pasión que siento por el fútbol es muy grande. Hasta me han dicho que parezco una persona adentro y otra afuera de la cancha (risas).
¿Qué importancia tienen para usted los valores de la gratitud y de la disciplina?
Mucha, porque desde que empecé me los han transmitido. Y la selección también ha sido un ejemplo en ese sentido. Vos tenés que ser disciplinado, darles el ejemplo a los más chicos, ser el primero en llegar y el último en irte de los entrenamientos. Si no sos ejemplo, es muy difícil que la gente más joven lo sea. En ese sentido, la etapa del Maestro Tabárez me marcó mucho, incluso para aprender a manejar cuestiones innecesarias que atentan contra el respeto, como un empujón o una amarilla. Por otro lado, la gratitud es muy importante, y no debería perderse por nada del mundo.
Usted ha jugado con futbolistas extraordinarios. ¿A quién recuerda especialmente por esos actos mágicos de las prácticas que la afición no puede llegar a ver?
En el año 2007, cuando fuimos a la Copa América de Venezuela con la selección, nos quedamos hasta el final porque peleamos el tercer puesto con México, y la verdad es que el “Chino” Recoba me sorprendió por su manera de jugar y por su intuición para reconocer cuándo y cómo pegarle, retenerla y pasarla. ¿Viste esos jugadores que vos te quedás mirando y que parece que hicieran todo bien? Después, yo adoraba a un mediocampista que hoy es difícil de ver, que no perdía una pelota, que tenía buen pie y buena pegada, y que siempre estaba bien perfilado: el “Canario” Pablo García. Y otro que me transmitió mucho, pero cuando yo estaba en Benfica, porque encima era el que más entrenaba, hacía fisioterapia, transmitía una serie de principios bárbaros y es un fenómeno, fue Pablo Aimar. Me gusta mucho escuchar entrevistas a personas como Pablo, como Bielsa, como Sergio Vigil, el ex entrenador de Las Leonas, gente que te motiva, que tiene principios, que se agarra de una idea y la lleva a cabo. Después, uno dice: “¡Si tendré que trabajar y aprender!” (risas). Esas referencias también te las da el fútbol, porque te permite concentrarte, pensar si lo que estás haciendo está bien y escuchar a referentes, en lugar de creer que esto consiste solo en entrenar y jugar.
Qué buena reflexión. ¿Qué piensa si le digo “Copa América 2011”?
Para mí es un conjunto de emociones inolvidable. Aparte de que fue en Argentina, de que me acompañó mi familia y de que la ganamos, mi mujer tuvo a los gemelos Tomás y Thiago en Uruguay, y yo no pude estar porque se adelantó el nacimiento. Con eso te digo todo. Y un día, cuando estaba durmiendo con el celular en silencio antes de jugar con Argentina, la internaron y le avisó a Miguel Zuluaga, el ex jefe de seguridad de la selección. Así que me a las siete de la mañana me tocaron la puerta. Era el Maestro Tabárez, y me dijo: “Maxi, mirá que tu mujer ya tuvo a los nenes y está todo bien”. Eso me marcó mucho. Y aquel conjunto de emociones se coronó como debía. No solo teníamos un grupo de excelentes jugadores, sino un gran grupo humano, y eso te hace ganar partidos pero también valores.
¿Qué siente si le digo “Peñarol”?
Peñarol es un sueño desde chico, y me hace acordar a mi viejo, que hoy ya no está, y que tenía un banderín chiquito en casa y veía todos los partidos. Obviamente, yo no iba a ser menos hincha por no jugar en Peñarol, pero para serte sincero, el sueño ya lo veía medio perdido. Permanentemente le he dicho a Paco, incluso cuando firmé mi primer contrato en el Benfica: “Prometeme que en algún momento me vas a llevar a Peñarol”. Así siempre, incluso cuando renovaba cada contrato (risas).
¿Qué le contestaba él?
“Esperá, Monito, que vas a tener tiempo”. Y cuando terminé el contrato con Porto, quedé a la espera de Peñarol. Esperaba diciembre, después junio y después de nuevo diciembre. Hasta que me llamó Ignacio Ruglio. Y parecía un niño, porque era tanta la emoción… No supe qué decir y sentí que no era cierto. Ya estoy esperando reservar pasaje para cuando Uruguay no tenga las fronteras cerradas y, aun si por algo de último momento se me trabara el pase, me presentaría igual a entrenar (risas). Aparte, lo que me viene bien es que estoy siguiendo un plan de entrenamiento de un profe del Porto del cual soy muy amigo, de manera de llegar en las mejores condiciones.
Hablando de aquella ilusión infantil, ¿qué ídolo que usted haya visto mientras crecía hoy le sigue provocando una sonrisa? ¿Con quién siente esa conexión mágica?
Yo tengo un recuerdo muy fuerte de Pablo Bengoechea, y en esa época coleccionaba los posters que venían con el diario. Pacheco es otro fenómeno al que he tenido la suerte de conocer personalmente. A Pablo recuerdo que lo conocí mejor cuando viajé con la selección y entrenamos en la cancha del Alianza Lima, al que él entonces dirigía, donde nos fue a recibir. Ahí intercambié algunas palabras. Son esos ídolos que conocés y que te dejan con la boca abierta, como el “Patito” Aguilera, que nos visitó cuando éramos juveniles, también en la selección. Y debo nombrar al “Pepe” Herrera, que era medio kamikaze pero tenía una gran jerarquía, y por quien tengo una enorme admiración, o al “Lucho” Romero. Yo viví toda la etapa del Quinquenio siendo un niño, con 10-12 años, pero ya con la memoria fijada para poder recordar lo que presenciaba. Me acuerdo, incluso, de que iba a ver los partidos de Peñarol a la Ámsterdam con el pelo pintado con tizas de colores (risas). Iba con un montón de amigos. Capaz ahora es más peligroso, pero aquello era espectacular, porque además lo compartía con mi familia.
Usted mencionó su admiración por Herrera, quien disputó con Uruguay la Copa América de 1995…
Claro, lo recuerdo bien a él, y también el gol de Bengoechea y la tanda de penales, con el “Manteca” Martínez definiendo. Ya tenía noción de las cosas. Fijate que mis nenes no se acuerdan nada de mis títulos en el Benfica, pero a los nueve años tienen vigentes los últimos años de Porto. Y hace seis o siete meses que me dicen: “Papá, ¿cuándo vas a volver jugar?”. Ellos quieren ver al padre jugador, y también entrar al vestuario y a la cancha. Yo ya no sabía cómo explicarles, a pesar de que nunca dejé de entrenar, que no iba a jugar más. De todas maneras, no les decimos todo, porque con la ansiedad que tienen los niños después no duermen por una semana. Así que la ida a Peñarol ha sido una locura y una alegría para ellos. Incluso nos reprocharon a su madre y a mí no haberles dicho antes y haberles “mentido”, porque resulta que ellos “se enteraron”. O sea que escuchar la ilusión de los niños, que tienen todas las camisetas de Peñarol y son socios desde pequeños, me llena el alma de emoción. Estoy loco por entrar al Campeón del Siglo y sacarme una foto con los gemelos. Después me pueden criticar y de repente no juego más, pero ¿quién me quita esa foto? (risas). Que la vida me dé esta oportunidad es extraordinario. Yo te hablo de esto y ya me pongo nervioso, porque también tengo que responderle a la gente. Si en Uruguay debo entrenar todo el día, lo voy a hacer. Y nunca se fue de mi cabeza la sensación de jugador, porque no me retiré. ¡Tengo unas ganas bárbaras!
Un niño de seguro, Maxi. ¿Qué otras cosas le generan ilusión en la vida?
Nunca pensé en otra cosa que en cumplir mi sueño y ser jugador de fútbol. Pero ahora me genera ilusión que mis hijos sean personas de bien, y que después cada uno de ellos elija lo que quiera ser, ¿viste? A mí no me interesa transmitirles a los nenes que sean jugadores y a Belén y Clarita que sean contadoras. Quiero que hagan lo que quieran, no tres o cuatro cosas porque no se puede ser todo, y que se dediquen con pasión, con trabajo y con calidad, para después poder decir: “Yo quise hacer esto, me dediqué a eso y lo logré”. En definitiva, quiero que se críen con los principios familiares que tenemos, que crezcan como personas y, sobre todo, que sean felices y buena gente.
¿Y de qué manera diría que Casal ha incidido en su vida?
Bueno, recién te contaba la historia de cuando había firmado con Benfica, y el otro día me junté con él en Punta del Este y me dijo: “Monito, me acuerdo de que cuando firmaste aquel contrato me dijiste que querías jugar en Peñarol. Yo iba a hacer todo para que jugaras en Peñarol. Y sabés cómo te quiero”. Entonces, la gente no tiene la oportunidad de conocer a Paco, pero a mí el fútbol me dio esa chance y he podido estar varias veces con él, ha venido a mi casa y ha conocido a los nenes. Y por más que podemos estar sin hablar varios meses, cada vez que lo necesito está, y me responde y me pregunta por la familia. Parece increíble que a veces uno no pueda demostrarle a una persona todo el cariño que le tiene, pero es así. Yo le voy a estar agradecido siempre, porque conmigo se ha portado diez puntos. Es un fenómeno. En mi vida, lo tengo allá arriba.